11 enero 2006
15 de enero: no sólo elecciones...
Mientras los políticos de ambos bandos se entusiasman elaborando proyecciones inútiles acerca del ganador (que no sé si es "ganador", porque cargará sobre sus hombros el puesto que nadie quiere en este país) y el electorado (que no alcanza a ser el 40% de la población nacional) espera al individuo elegido (algunos con esperanza y otros, con indiferencia), yo estaré pensando en otro asunto que me compete de sobremanera. Y que para mí, tiene tanta importancia como una elección presidencial.

Un 15 de enero del año 2005, la querida mascota de la Familia Valdés Pérez pasó a mejor vida. No me parece que esta frase sea cliché para el uso que le daré, de hecho, creo que es perfecta. El Max sentía tan débil su cuerpo y se notaba tan decaído y triste que cualquier estado es mejor que ese; pero esto no quiere decir que lo hayamos sacrificado. Murió en paz. La última imagen que se llevó fue la de mi mamá a su lado, en la consulta del veterinario.

Dios quiso que yo no estuviera presente en ese momento, la verdad es que no recuerdo exactamente qué fué lo que pasó que yo andaba fuera de casa, pero al llegar, me encontré con la sorpresa de que el Max tuvo una grave complicación y que mi hermano y mi mamá se lo habían llevado para que el veterinario lo revisara. Quise ir, y de hecho, llegué con mi papá a la consulta, pero no había nadie. La recepcionista nos dijo que ellos ya se habían ido, sin decir más. Cuando tratamos de alcanzarlos, ya estaban en casa, y ahí lo vi: envuelto en una tela blanca, yacía su cadáver. Me conmovió mucho su cara, parecía que este día había sufrido mucho, mucho más que los días anteriores, cuando todos pudimos darnos cuenta de lo difícil que le resultaba respirar. Pero al mirar sus ojos, no pude contener la pena.

En ese momento, por la mente se me pasaron un sinfín de imágenes. El Max estuvo con nosotros desde que teníamos más o menos 6 años, y era nuestra única compañía cuando no estaban nuestros papás o los tatas. Aunque no fue un gran guardián, porque en realidad no hubo una gran ocasión para demostrarlo, fue un perro fiel y por sobre todo, muy cariñoso. Muchos recordarán anécdotas entretenidas sobre él, pero la imagen que a mí se me vino a la mente en ese instante fue la de mi perro recibiéndome alegre y corriendo cuando yo llegaba a la casa. ¿Qué más valioso que eso...? Nunca desprecié ese gesto, y ahora que ya no sucede, lo valoro muchísimo más y siento que llegar a la casa no es lo mismo desde ese entonces. Por eso, lloré a su lado, apretándolo como si no quisiera que se fuera. Todavía su cuerpo estaba tibio, y sus ojos, brillantes...

Cuando me fui a dormir, no pude evitar soñar con él. Los recuerdos no dejaron de fluir en toda la noche, y fue tan mágico, porque incluso sentí que me lamía la mano al despertar. Escuché sus ladridos. Percibí sus pasos silenciosos y el roce de sus uñas con los peldaños de la escalera. El sorbeteo del agua que tomaba de su plato. El carrerón que pegaba para alcanzar a un gato. Incluso esos gruñidos que de repente hacía mientras estaba dormido. Lamentablemente, al despertar, no quería volver a creer que todo eso ya era un recuerdo. El Max estaba ya en una caja y lo enterramos en nuestro jardín, junto a su colcha, sus cosas y nuestras fotos.

Lo echo mucho de menos, pero seguro que el Max debe estar pasándolo chancho con todas esas mascotas que también se fueron al cielo, y qué bueno... no tendrán que seguir aguantando las peleas absurdas entre humanos que hacen tanta jarana por algo tan sencillo, o arman tanta polémica, tanta bulla por nada.
 
escrito por Montserrat Valdés a las 7:42 p. m.


1 Comentarios:


  • A las 11/1/06 22:23, Anonymous Anónimo

    ... sin palabras... sólo apoyo el sentimiento de amor por los caninos. Él siempre te acompaña... siempre